José Gerardo Vargas




TODOS LOS DÍAS




repaso las emociones
que he vivido.


Vuelvo sobre las huellas
desperdigadas por el camino.


Busco en el espejo
los versos que perdí
en un tiempo caótico
en el que miradas traicioneras
hacían avergonzarme
por algo absurdo.


Persigo amores imposibles.


Necesito hallar a ese amor ausente
que me permita ser feliz!


Sólo así, con esa dicha,
podré acabar mi verdadero
Poema de Amor.






EL TIEMPO FUGAZ




colecciona emociones,
palabras alocadas
que dibujan versos
melancólicos con lágrimas
de atardeceres rencorosos.


La blancura de la cuartilla,
vacía y ausente,
se llena de promesas
de un destino borracho,
enfermo de un amor
imposible.


Las esperanzas sucumben
a sus desdichas.


Un viento enfurecido
arranca los últimos versos
del corazón del poeta


que, sin darse cuenta,
muere entre las dolorosas
quimeras del atardecer.




NOS MIRAN MAL




       Nos miran mal, se perciben un mal rollo, no quieren vernos ni en pintura, comentan, entre ellos, que vamos de sobrados por la vida, no soportan nuestra petulancia y, sin duda, están convencidos que tratamos de confundirles con juegos de palabras para ocultar nuestras verdaderas intenciones, tras esas extrañas palabras de nuestros textos les ponemos a parir.
       Un cierto rencor se dibuja en sus ojos cuando nos ven aparecer y al cruzarnos con ellos bajan la mirada como si temieran alguna desgracia o, simplemente, se sintieran arrepentidos de algo. Si van más de uno se sienten mucho más fuertes y comentan, con cierto desdén, ‘’Ahí van los poetas!
       Su aversión es enorme, no se comprenden, están acostumbrados a imponer sus leyes, a no admitir opiniones ajenas, se creen superiores a los demás y se enfurecen cuando oyen algo que no sea de su agrado, aunque no lo entiendan, siempre creen que hay un gato encerrado dispuesto a echarles un zarpazo que les haga pupa en su orgullo. Su dignidad no puede ser dañada bajo ningún concepto, por eso no aceptan las opiniones de los otros y siempre ven fantasmas en los recodos del camino que pretenden dominar, en todo momento. Ya lo dijo cierto político de un ayer lejano: ‘’La calle es mía’’. El camino, la calle, qué más da? El caso es que no aceptan ninguna sombra que logre apagar tímidamente sus ínfulas de superioridad, dictan sus propias leyes y todo individuo debe aceptarlas, no hay más historias.
       Por este motivo no quieren ni vernos. A veces, si nos encuentran en alguna cafetería escribiendo como locos mientras, con el rabillo del ojo, observamos cuanto pasa a nuestro alrededor, o cuando nos congregamos en cualquier sitio para compartir nuestros textos, ya sean sencillos poemas o escritos más profundos con los que tratamos de averiguar, entre todos, qué demonio le pasa a esta sociedad que, a pesar de tener a su disposición los adelantos de última generación, parece estar podrida, como ausente, confundida, los viejos valores morales, como el respeto hacia el prójimo, la libertad de expresión y otros similares, se fueron perdiendo por la senda dolorosa del olvido.
       Ahora sólo tiene cabida lo que ellos digan y, si osas llevarles la contraria, te tachan de fascista o comunista, las guerras de nuestros antepasados se resisten a acabar nunca, aunque la mayoría no conozcan lo que verdaderamente pasó ni conocen, ni por asomo, la identidad de sus protagonistas. Para qué? Sólo les interesa la confrontación, el echar la culpa los errores cometidos y por cometer a los que piensan otras cosas que no sean las suyas.
       Y nosotros, los poetas, los escritores en general, les vemos llegar con cara de circunstancias, parecen estar cabreados con el mundo, se sienten incómodos entre aquellos singulares seres que escriben sin parar, algunos, incluso, cuentan con los dedos sílabas enloquecidas tratando de ajustarlas en el último poema del atardecer.
       Nos miramos y embozamos una sonrisa al comprobar cómo tratan de adivinar aquello que estamos escribiendo. Con toda seguridad piensan que les estamos criticando por el último paso que han dado en contra de la mayoría.
       Simplemente, son unos estúpidos y unos prepotentes. Por eso hay que huir de ellos cagando leches. Salvar de la hoguera de su odio las palabras verdaderas que un día les haga comprender la miseria de sus vidas.