Antonio Castillo-Olivares Reixa





PÁAPA”,¡LAS HADAS!







          — Oye, Julio ¿existen las hadas?
          — Nada de Julio, ¡papá!
          — ¿Existen?
          — Bueno… ¿y esa pregunta, no eres ya mayorcita para preguntar eso?
          — Jooo… pé, es que acabo de terminar de releer, esta antología de cuentos, ya sabes, la Cenicienta y todo eso y… jopé, sería “molónico” si existiesen, como en los cuentos y en las pelis, te imaginas. ¿Tú crees que existen en lo real?
          — Puesss… ya ves que no, ¿no? En “lo real”, como dices tú, parece que no.
          — Jopé, pues a mi me gustaría que existiesen, son tan bonachonas y tan guapísimas. Pero claro, va ser como lo de los Reyes magos, un puto timo, ¿no?
          — No hables así, no me gusta, es una palabra soez y malsonante lo de “puto”; y ¡deja de decir tanto jopé!
          — Pero papa, digo jopé por no decir lo otro… ¡que ma y tú no paráis de decir!
          — Nosotros somos mayores, pero tú no, todavía no lo suficiente. Y lo de los Reyes Magos es un timo a medias, ellos existieron de verdad, hace mucho, y juguetes y otras cosas no te faltaron mientras fuiste pequeña ¿verdad? Y tampoco ahora tu regalito todos los años.
          — Ya, pero erais, sois vosotros. ¿Y las hadas?, ¿existieron las hadas?
          — Puesss… no. Mira en lo real, real, no existen… Existen en los cuentos, en la imaginación de los escritores y de la gente antigua que contaba esas historias de generación en generación.
          — ¿No las inventaron los escritores de cuentos?
          — No, yo creo que es más antiguo, desde hace muchísimos siglos la gente debía imaginar esos seres fantásticos.
          — Pero, claro, papa, eso no existe de verdad, lo de los cuentos, lo de la imaginación, ¿o sí? A lo mejor existió, como lo de los dragones, que pueden haber sido los dinosaurios.
          — En lo real, vamos en la realidad, no; no… pero sí. Verás, en otro mundo… que no es este, en el mundo feérico, me ha venido a la cabeza esa palabreja, sí existen.
          — Y ese mundo, papa, ¿cuálo es?
          — ¿Cuálo? Habla bien por favor. Pues el mundo de las hadas y… qué sé yo… los gnomos, los dragones… el de los cuentos, volvemos al mismo punto. El mundo que podemos ver o pensar, con la mente, con el cerebro. Más que ver o pensar, es más apropiado decir visualizar, imaginar, ensoñar…
          — Y esas palabras, ¿son todas iguales?
          — Ay… en fin, no iguales del todo. Pero no tengo ahora ganas de explicarte el ligero matiz que las separa. No te preocupes, ya sabrás que es cada cosa exactamente cuando toque en el “insti”.
          — Pero entonces, papa, esto viene a ser como lo de los abuelos, que decís que se han ido al Cielo y desde allí nos ven y nos cuidan; también les imaginamos como entre nubes, muy bonitas, cantando felices y tocando esas arpas…
          — Estooo… no, no exactamente, lo de los abuelos es más real, digamos.
          — Pero también lo imaginamos y lo pensamos, ¿no?
          — Sí, pero tus abuelos son personas difuntas, es decir espíritus.
          — ¿Pero qué son exactamente espíritus, papa?
          — Pero eso ya te lo contaron en la Catequesis, ¿no?, cuando hiciste la comunión: El hombre… la mujer, todas las personas se componen del cuerpo físico y del alma. El primero, de carne y hueso, mortal, o sea que cuando son muy viejecitas, las personas, tienen el cuerpo ya estropeado y mueren…
          — O antes por un accidente….
          — Sí. Y la segunda, que viene a ser el espíritu, o sea, el alma más o menos, que es inmortal y se va al Cielo… normalmente, pues si has sido muy malo, te vas al purgatorio.
          — ¡O al Infierno!
          — Lo del Infierno creo que ya no se contempla, porque nadie es tan malo como para condenarse para siempre, lo han dicho los Papas. Pero de todas formas el Purgatorio ya sabes que es un lugar donde no se pasa bien, pero que es temporal, hasta que cada uno lava sus culpas.
          — ¿Se lavan, “páapa”?
          — ¡No seas graciosa!, sabes a lo que me refiero, se purgan, se compensan, con sufrimiento.
          — ¿No pueden, papa, ser entonces espíritus las hadas? porque el mundo donde dices que viven los espíritus se parece un poco a ese esférico.
          — Feérico.
          — Por que yo a veces me imagino a los abuelos, igual que a las hadas, en ese otro mundo. A veces he soñado con ellos…
          — Bueno, pues… si te agrada la idea, total tampoco importa mucho, si ello te da esperanza, puede que en el fondo las hadas sean tan reales como las almas humanas. A fin de cuentas… Dios lo puede todo, para eso es el creador del mundo, le sería tan fácil crear a los humanos como a las hadas. Y, para quien no crea en Dios, pues, me da lo mismo, el artificio o agente responsable.
          — Como creó también a los ángeles, ¿no?
          — Desde luego. Y desde ese punto de vista, podríamos considerar a las hadas espíritus… Solo que no serían como los espíritus de personas, serían espíritus de la Naturaleza, esto lo he escuchado en algún programa de esos raros.
          — ¿Ese que no me dejas nunca ver, por la noche?
          — ¡Sí! Espíritus de la Naturaleza… ¡ala!
          — ¿Y eso qué sería, “páapa”?
          — Pues espíritus como los de las personas, pero sin cuerpo físico…
          — Pero igual que los abue…
          — No, pero estos nunca habrían tenido cuerpo físico, ¡no me líes!
          — Pero en las pelis y en los cuentos tienen cuerpo y además son muy guapas… o muy feos como los horcos.
          — Ya… ¡Déjame pensar!... Bueno, también tus abuelos tendrían ahora un cuerpo en el Cielo, pero distinto, como muy leve, muy sutil.
          — Como transparente, ¿verdad? Vamos, de fantasma.
          — Mmm… un poco, sí
          — Y estos espíritus, ¿por qué se dirá de la Naturaleza?
          — Mira, eso sí es fácil de explicar, porque les gustarían los bosques, las montañas, los mares y todos los lugares bonitos, sin urbanizar, ¡qué mal gusto!, sin carreteras, ni centros comerciales, ni personas… y que sería además el lugar donde se supone viven, en las ciudades no vive casi ninguno, ninguna. Y es allí donde se convertirían en protectores de los animales, los árboles y hasta las rocas, creo.
          — Entonces son como los ángeles que decís cuidan de nosotros, pero en vez de eso cuidan de los árboles y de las ardillas, los peces, los pájaros… ¿También las piedras?
          — Sí, más o menos, como los ángeles.
          — ¿Como los ángeles de la guarda, que todos tenemos uno?
          — Puede ser, puede ser
          — Pero… si nunca han tenido un cuerpo… ¿por qué se parecen a las personas, guapas o feos?
          — ¡Uf, qué difícil de explicar!, pero esto también lo escuche o lo he leído por ahí. Te voy a liar un poco pero a lo mejor hasta lo entiendes. Bueno, en realidad su forma es muy distinta a la nuestra, y para nada fea, sino muy bonita, pero ellos y ellas, al parecer, sobre todo cuando tratan con nosotros, tienen el poder de hacerse parecidos a nosotros, hacen un esfuerzo cambiando su estructura física… no física, etérica o cómo se diga eso, que es muy plástica y moldeable…
          — Te lo estás inventando, papa.
          — No, en serio, lo decían unos de esos entendidos, estudiosos del tema, y sensitivos que dicen verlos. Y no solo esos espíritus se adaptan… nosotros, nuestro subconsciente, hace otro pequeño esfuerzo para tratar de reconocerlos y darles un aire familiar. Vemos más hermosas a las hadas porque tienen un componente femenino mucho mayor, y más rudos a los gnomos por que al ser más terrestres, predomina en ellos un componente, digamos, masculino. O algo así, dijeron.
          — ¡Jo “páapa”! Que va ser que sí existen, ¡es la hostia!
          — ¡Que no quiero que hables así, coño!